Publicado en diciembre 3 de 2014
Por estos días en Colombia no se escuchan las fuertes voces de los exportadores que reclaman fervorosamente una tasa de cambio más alta para salir a salvar la competitividad del país y es que el acelerado ritmo de la devaluación del peso colombiano frente al dólar de los EEUU durante los últimos meses debería tenerlos muy contentos, tanto a ellos como al país entero (al menos en teoría y sobre ello hablaremos posteriormente). Sin embargo el panorama para el Gobierno en particular es bien diferente, veamos por qué:
El deterioro de los términos de intercambio provocado por la estruendosa caída en la cotización del petróleo en los mercados globales trae consigo una debilidad presupuestal que no solo exige la revisión de los tributos de la que ya se habla para 2015, sino que impone una presión alcista sobre la tasa de cambio en medio de profundas volatilidades por las reacciones de los inversionistas que buscan refugio en esa moneda. El hecho es que hay que financiar el déficit presupuestal que se cierne como una amenaza y cualquiera de las soluciones es un arma de doble filo: por un lado, el aumento en los impuestos disminuye el atractivo país (el Reporte de Competitividad Global del Foro Económico Mundial indica que el 12.2% de los inversionistas señalan las regulaciones de impuestos como el tercer factor más problemático para hacer negocios en el país, a la vez que las tasas de impuestos son resaltadas por el 7.5% de estos inversionistas como el quinto factor que impone barreras para los negocios), queda entonces la posibilidad de endeudarse, claro está que si ello se hace mediante la emisión de títulos en los mercados globales, el repago de las obligaciones deberá hacerse con dólares caros, de continuar las presiones devaluacionistas y si ello se hace en los mercados locales pues el lento mecanismo de transmisión de las tasas de interés desde el Banco de la República puede hacer mella en los costos de financiamiento público, creando de nuevo un panorama de endeudamiento caro. Claro está que queda la salida de los eventuales recortes presupuestales que con seguridad no se harían dejando de atender el servicio de la deuda, dado que la tradición de Colombia es la de ser “buena paga” y así lo perciben los inversionistas del mundo entero, mucho menos tales recortes tocarían el rubro de gastos de funcionamiento que además tiene un valor político incuestionable, por lo tanto lo único que queda para echar mano es la inversión pública, que seguramente padecerá mucho más en su componente social que en el de infraestructura física, porque al fin y al cabo, para quienes elegimos a nuestros gobernantes es mucho mejor ver cemento que seguridad, educación o salud.
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